No sé si ya lo había mencionado
antes pero, uno de mis temas favoritos en la lectura es el holocausto. Siempre
que descubro un libro sobre este tema siento esa necesidad irremediable de leérmelo.
Quizá sea porque aquella época me resulta aún incompresible, y al mismo tiempo,
porque siento un profundo interés por conocer los sentimientos de aquella
agente y cómo afrontaron lo que les pasó, su tragedia. Sea por la razón que
sea, soy una lectora asidua de este tema y me he leído muchos libros sobre
ello.
El último que ha llegado a mis
manos es “Pabellón 11” y puedo decir sin duda que es el más flojo que me he leído
hasta ahora. Acaba de ser editado en España, aunque su primera edición fue en
el año 2010. Creo que la razón de su flojera radica en que quien lo cuenta no
fue el protagonista de la historia, un hecho que suele marcar la huella del
libro y su impacto. Si bien todos los que me he leído hasta entonces son
testimonios e historias reales (a parte de alguna obra ficticia suelta y basada
en aquella época histórica) esta es una novela que no está basada en hechos
reales, o si bien se apoya en algún hecho real, está completamente dedicada a
la ficción, sino me equivoco y la información que he buscado no está errónea. En
esta temática, es el sufrimiento en primera persona el que realmente llega. Sin la experiencia propia la mayoría de los
libros sólo pueden ser tachados de sensacionalistas. Cuando lo empecé a leer, ya
supe que era un autor que simplemente se había aprovechado de la época para
crear una historia, lo que no me pareció mal, pero de inmediato di por supuesto
(aunque no debería, pero me lo dice la experiencia) que no iba a ser un gran
libro. Y así fue.
En la portada reza: ” Un campo de concentración, un prisionero
por sacrificar, un thriller apasionante”. Lo de apasionante lo podéis quitar
porque sobra completamente, este libro es de todo menos apasionante. Os sitúo:
La historia comienza con un
hombre anciano haciendo una retrospectiva sobre su pasado en el campo de concentración
de Auschwitz en 1944, el tramo final de
la guerra. En sus recuerdos rememora la experiencia que vivió cuando unos
compañeros del campo efectuaron una escapada y como castigo diez rehenes del
campo fueron encerrados en el pabellón
11. La opción que les dio el comandante fue: o elegís a uno para morir u os
fusilamos a todos. Esta es la trama
principal de la novela, que después se
desarrolla paulatinamente con múltiples entramados emocionales, ideológicos,
religiosos y de crítica a todos estos.
Si bien empieza dejándote buen
sabor de boca (“ bien bien, que sádico, a ver cómo sale esto…) poco a poco te
vas dando cuenta de que hay cosas que no encajan y de que el thriller no tiene
nada de dinamismo, suspense o sorpresa. Yo no lo hubiera calificado de thriller
porque no produce ningún tipo de suspense. De hecho, todo es bastante
predecible, sobre todo cuando desde la primera hoja ya te dice quién es el
rehén que sobrevivirá al juego macabro. Tranquilos, esto no es un spoiler, el autor
te lo pone desde el primer folio, teniendo en cuenta que sólo puede vivir uno y
que quien lo narra (el protagonista) es
ya anciano y está recordando su propia
experiencia como rehén…
Por otro lado, las historias de los rehenes son poco creíbles, lo que no ayuda a centrarte en la trama y tomártela enserio. A quién más encuentro fuera de lugar es a Jiri, el personaje homosexual. De hecho, es uno de mis favoritos, pero no lo veo para nada comportándose de la manera en que lo hacía en esas circunstancias, el autor lo describe completamente surrealista y exagerado. Me parece una pena desperdiciar un personaje que hubiera podido dar mucho juego.
Por otro lado, las historias de los rehenes son poco creíbles, lo que no ayuda a centrarte en la trama y tomártela enserio. A quién más encuentro fuera de lugar es a Jiri, el personaje homosexual. De hecho, es uno de mis favoritos, pero no lo veo para nada comportándose de la manera en que lo hacía en esas circunstancias, el autor lo describe completamente surrealista y exagerado. Me parece una pena desperdiciar un personaje que hubiera podido dar mucho juego.
Los
demás tienen un poco más de sentido, pero su relevancia queda mermada con los
errores del propio autor al finalizar la obra sin explicar los giros de trama inesperados (como los cambios de rehenes y ciertos comportamientos) así como dándoles
un final tan ilógico y absurdo (como es el caso del mismo Jiri) decepcionándote
completamente.
Lo que más me fastidió del libro
es la absurda insistencia del autor de comparar una y otra vez el campo de concentración
y la situación del pabellón 11 con una partida de ajedrez. Resulta realmente
cansino y no aporta nada esencial. Si bien la metáfora resulta interesante, la
caga abusando de ella y estrujándola hasta no dar más de sí. Hubiera quedado
mejor haberla mencionado de pasada y haberse dedicado después a contar otros
puntos de vista del campo. Al menos eso es lo que yo hubiera querido.
Sin embargo, tampoco todo son
puntos malos para este libro. Si bien cuando vas llegando a la mitad del libro
empieza a cansarte un poco como sobrelleva la historia, los diálogos son en
algunos momentos bastante entretenidos y reflexivos. Pero, sin duda, lo que más
me he ha gustado del libro es la constante critica a Dios y a la Iglesia que
efectúa el protagonista y lanza a Elías, un rabino. Son críticas breves pero
contundentes que no sólo amonestan el protagonismo que tuvo la religión como
cómplice del genocidio sino que también pone en entredicho esa manía de delegar
en dios todas las decisiones y destinos que sufren los hombres. He de reconocer
que esto es bastante personal y por eso para mí ha resultado atractivo, pero es
posible que estos pequeños detalles resulten irrelevantes para alguien a quien
no le importen estos temas o la hipocresía de la Iglesia en aquella época. A mí
por lo menos me ha encanto leer las pedradas.
Por último, a diferencia de
muchas otras opiniones que he leído por ahí, a mí me ha gustado el final. De
hecho, me ha parecido que es lo único que consigue remontar el libro y darle un
toque personal. No me refiero a quien consigue zafarse del fusilamiento sino a
la forma de cerrar el libro con el acontecimiento final. Para mi resultó ser
una sorpresa agradable y bastante emocional que por fin resolvió el enigma que
llevaba rondando en mi cabeza todo el libro: ¿Por qué tiene de sobre título el
niño nazi?.
La razón por la que valoro tan
positivamente este final es porque creo que en su conclusión el autor cede por
fin a la ficción, cesando en sus intentos fervientes de hacer pasar por real
algo inventado y por lo tanto convirtiéndola en algo más cómodo, más ajustado a
las expectativa, en definitiva...más realista respecto a la intención de lo que nos trata de contar.
Artax
La verdad es que sin haber leído el libro poco hay que decir, pero estoy totalmente de acuerdo contigo en que cuando alguien cuenta experiencias vividas por sí mismo la novela es mucho más fuerte, tiene más sentido y es diferente, simplemente se nota. Muchas veces queremos escribir sobre tiempos crudos o grandes historias y quedan empobrecidas, porque por mucho que hayamos estudiado esos temas no los hemos vivido "en las carnes", y puede que si escribiésemos sobre las cosas que consideramos más mundanas pero que conocemos bien y nos rodean cada día lográsemos un mejor texto que queriendo contar grandes episodios de la historia, que además mucha gente ya los ha vivido y contado de maravilla.
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